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lunes, 11 de marzo de 2019

Los ángeles

Los ángeles No te lo había contado... ¿acaso alguien más lo hizo antes?, seguramente. Pero cuando somos pequeños lo creemos todo y a la fecha es probable que se nos haya olvidado. Un día de tantos, me sentí desesperado... es raro, –pensaba yo- nunca antes me había sentido así. Traté de recordar alguna ocasión pasada en la que hubiera acumulado melancolía, tristeza, desesperación, frustración, enojo, desamor, enemigos, desesperanza... y encontré varias. No obstante puedo asegurar, que estaban presentes una o dos de estas emociones o sensaciones cada vez, ninguna con todas al mismo tiempo. Ésta era diferente. Mis ojos no veían ya nada sin el tono gris y mis oídos sólo captaban la violencia de la calle, de los noticieros, incluso, para variar, las famosas voces que vienen de uno mismo, ya sabes, cuando eres tú quien se reprocha tal o cual cosa. En fin, sin ojos que vieran lo maravilloso de la vida y sin oídos que escucharan a aquellos que me quieren, caminaba sin sentido y casi de manera automática, solamente percibiendo a través de la piel un deseo inmenso de dormir, de no saber nada de las cosas, de no estar, de no existir, ¡vaya! de morir. Las ideas no fluían y el sonreír dejaba de tener significado. Fue entonces cuando te vi, me encontraste. Yo no hice el menor intento, pues sumergido en el mar de ideas la atención dista mucho de ser la óptima, es más, creo que se inhibe y sólo tenemos la suficiente como para no toparnos con la pared de frente, porque sí podemos chocar con un poste, o subirnos a un autobús que no es el nuestro, olvidar las cosas en casa o peor aún: perderlas en otro sitio... Me encontraste, supuse que era obra de la casualidad. De hecho, las primeras ideas que tuve del encuentro es que la coincidencia me jugaría de nuevo malas pasadas... y lo hizo. Siempre he sido muy hablador –burlón y grosero a veces- sin embargo, había cosas que a nadie había contado, actitudes y caras que me reservaba para cuando estaba a solas, o cuando salía al campo a correr o a caminar, si se pudiera poner en palabras diría: mi lado oscuro. En la escuela –que hace años terminé- todos veían en mí a “alguien” con tales o cuales virtudes y defectos, en mi barrio, también me conocían con virtudes y defectos, en la iglesia, en el pueblo, en las actividades deportivas y en otros menesteres, siempre “alguien” con cualidades y defectos. Casi el mismo en todos lados, eso es lo que siempre había intentado y creo que lo conseguí de alguna forma. Pero ni siquiera en casa habían visto al furioso contra la vida, de ninguna manera al deprimido, nunca al triste, jamás al indeciso, no al melancólico, mucho menos al cobarde. Eso no lo han visto mis amigos, eso no lo verán mis vecinos... sólo tu lo viste, solo tu lo escuchaste, sólo tu... Definitivamente hablar contigo es distinto. Hoy que recuerdo quiero pensar que no era yo quien hablaba, pero sé que sí era yo y que sigo siendo yo. Aquel que había intentado mostrar en casa y fuera de ella a la “persona” que toda “persona” debe ser. El hijo de quien sus padres se sienten orgullosos, el hermano que escucha, el amigo que acompaña, el estudiante modelo, el deportista triunfador, el bromista sonriente... Hablé, hablé y hablé, como no lo hice jamás, las palabras sólo salían de mi boca, las sonrisas regresaban al rostro y aunque el semblante aún descompuesto opacaba la luz, ésta comenzaba a surgir desde dentro. Tus palabras sanaban como el bálsamo más preciado a mi razón, devolvían el haz de luz tus ojos a los míos y tu sonrisa me provocaba una carcajada que venía del alma. Sabía que alrededor nuestro había muchas otras personas, pero me hiciste sentir que te importaba (no estoy seguro de esto, pero en situaciones de ese tipo vale mucho la pena creer), supongo que por ello no me fue difícil aceptar mi debilidad, mi tristeza, aquella incertidumbre de por primera vez en la vida sentir que el mundo se venía abajo, o para ser precisos, de que yo me dirigía hacia abajo. Fue una mirada nada más, cuando miré hacia el otro lado ya no caía, no sentía el mismo dolor, ni el mismo sufrimiento... ¡algo estaba sucediendo! me sorprendí del cambio y giré la cabeza bruscamente para descubrir quién estaba a mi lado, fue entonces que encontré la respuesta: eras un ángel... Inmóvil por el descubrimiento, hurgué en ti buscando alas, apenas logré moverme para mirar tu vestimenta y me tallé los ojos para ver los rizos dorados, pero no había nada de aquello, ni pies descalzos, ni túnica blanca, ni un par de alas... pero eres un ángel. Hoy me siento apenado de tantas cosas que hablé, pero hay un sentimiento mayor que puede dominar y es el del agradecimiento. Sólo quiero mirarte otra vez y decirte de la manera más sincera que sea posible: ¡Gracias!.. EPÍLOGO ¿A cuantos ángeles has encontrado tú? Sin alas, sin túnica y sin ojos azules... ¿Dónde pues están?, ¿los has podido reconocer? Si has visto alguno ¡Búscalo! Tráelo de regreso a tu vida y dale las gracias por cuidar de ti en el momento en que lo necesitas.

Cuento: La abuela.

La abuela Un día, se acercó a mí mi nieto, lo noté muy desanimado y le pregunté: - ¿Qué te pasa hijo? - Nada abuelo... - Anda, cuéntale al viejo tu problema, entre los dos quizá encontremos una solución ¿eh? - Me siento muy mal... - ¿Mal? ¿Cómo es eso de mal? - No sé abuelo, creo que nunca voy a encontrar lo que busco... - Y ¿qué buscas? - ¡¡No quiero hablar de eso!!, que siento que nada tiene ya sentido... no creo que entiendas... - No quise molestarte... y si no quieres hablar de ello, está bien. La experiencia jugó su papel y pude deducir que el mal de mi nieto era de amores, así que después de una pausa inicié un relato: “Estaba así, como tú. Pensando que ni los más grandes esfuerzos servirían de nada para encontrar eso que buscaba...” - ¿Qué buscabas abuelo? “Buscaba a una mujer... en aquel tiempo había muchas, como hoy. Pero yo no quería cualquier mujer, no. La mujer que yo quería la había visto en sueños, ya la conocía y estaba seguro de que al verla la reconocería y ella a mí.” -¿Cómo es eso de ya la conocías en sueños? “Así es, yo la conocía, sabía cómo era, lo que me haría sentir al verla...” - ¿Y luego qué pasó? “Pues nada, que durante varios años pensé haberla encontrado, pero cada vez me equivocaba y sufría en silencio mis errores. Al encontrarme con una, por ejemplo, le entregaba mi tiempo, mi alegría, mis sueños, compartía con ella lo mejor de mí y todo mi corazón por entero; luego de un tiempo se retiraba aquella mujer sin sentir nada por mí y sin el menor remordimiento...” - ¿Fueron muchas abuelo? “No, hijo, no lo hubiera soportado. Luego de la primera cambié mucho, bueno, eso digo yo aunque si veo las cosas como son creo que no cambié nada... El caso es que después de toparme con fracaso, tras fracaso y dolor con más dolor, estaba a punto de darme por vencido...” - ¿Tu abuelo...? Pero si... “Ya lo sé, ya lo sé, tu papá siempre me ha admirado por mi fortaleza y por mi perseverancia, lo he escuchado ponerme de ejemplo contigo; no necesitas recordármelo. Pero lo que si te digo es que ya me podrás imaginar sin brillo en los ojos, con la desesperanza en mis brazos, con mis hombros caídos, con los sueños rotos y la mente confusa... eran malos tiempos....” - ¿Como yo ahora abuelo? “Exactamente como tú ahora hijo.” - Pero, no entiendo, algo debiste haber hecho... - ¿Hacer algo? - Sí abuelo, hacer algo ¡tú siempre lo dices! - ¿Algo cómo qué? - No lo sé... buscar, ir a algún lugar... - ¿Para qué? - ¡Cómo que para qué!, ¡Para encontrar a la mujer que buscabas! - ¿Y de qué me serviría buscar, ir a lugares y todo lo que dices? - Pues te serviría para encontrarla ¿o no? - Yo creo que me serviría para precipitarme - ¿Qué dices abuelo? - Sí. Si yo hubiera hecho eso que tú recomiendas, seguro que terminaría con alguien, eso que ni qué. - ¿Y no era eso lo que querías? - No. - ¿Entonces? - Ya te lo dije, yo estaba buscando un sueño... y no lo encontré... ni modo. - ¡No lo puedo creer! ¿Cómo es que tú y papá siempre nos están sermoneando con eso de que no debemos darnos por vencidos hasta el último aliento y todas esas tonterías? - Es que aún no termino... “Verás, también te hemos dicho que para recibir algo, tienes que hacer méritos. Pues bien, dentro de mi tristeza y melancolía, me puse a revisar lo que había hecho para merecer que mi sueño se hiciera realidad, encontré que en efecto, como hijo me había desempeñado correctamente, en la escuela lo mismo, con mis hermanos, amigos y compañeros por igual, incluso mi incursión al servicio dentro de la iglesia lo pensaba terminado satisfactoriamente. Pero nada. Eso me hundió más y dejé de creer que la vida era buena...” - ¿Y cuál se supone que es la lección de tu historia abuelo?, ¿acaso me estás orillando a dejar de creer, a sumirme en mi dolor y melancolía? - ¿Eso crees tú? - Pues no era necesario... ya estoy triste, furioso, ¡estoy harto de esta vida de dolor!... “Eso mismo pensé yo, y dejé de buscar, dejé pasar el tiempo... Una tarde me invitaron a salir, según mi hermano me hacía falta. Pero no fue tan sencillo, como en otras ocasiones me negué. Mi cuñada insistió ¡cómo le agradezco esa insistencia! Acepté. Esa es una de las mejores decisiones tomadas de mi vida. Todo transcurría como siempre, calles llenas de autos, autos llenos de personas y personas llenas de ideas que van desde el análisis al vestido de la novia, hasta el interés por la música dentro de la fiesta. Yo tenía mis ocupaciones, no había aceptado salir sólo para distraerme, tampoco para “ligar”, pero definitivamente haría lo de siempre: disfrutar y compartir la alegría del momento en ese lugar y con aquellas personas. La primera voluntad del destino estaba echada... Bien lo recuerdo: aquel momento vi primero a su madre pasar. Algo sucedía, tenía el presentimiento. Éramos muchos en aquel lugar, saludaron a todos “buenas tardes” el huracán de emociones vino después... Detrás de mí una presencia tal, hasta ese momento desconocida yo diría que era monumental, que no la había sentido en mi vida. no volteé la cabeza y miré al frente, ella a mi lado estaba presente. Muy lejos estaba de suponer que en esa mesa encontraría a una mujer que sólo en sueños vivía en mi fantasía: Única entre toda esa gente y con el alma transparente. No tuve tiempo de nada... con la sonrisa a flor de piel me atrajo con la mirada, la mirada de un ángel. Todo dentro dio un giro y me provocó un suspiro... - ¡¡Bien abuelo!! Encontraste al fin lo que buscabas, me supongo que gritaste de alegría, hiciste al momento todos los planes del mundo, decidido fuiste tras de ella y te le declaraste ¿no fue así? - No, no hice ni lo uno ni lo otro. - ¡¡No!! ¿por qué razón? - El tiempo es la mejor razón. - ¿El tiempo? ¿qué tiene que ver aquí el tiempo? - Mucho. “Cuando uno ha buscado tanto, cuando el deseo por algo es tan fuerte y cuando ese afán es limpio, todo el mundo hace lo necesario para que se haga realidad” - Es que no lo puedo creer abuelo... ¡estaba ahí! Si más no recuerdo era lo que tanto habías buscado, lo que en sueños te había sido revelado... ¡ahí! Contigo, y con la oportunidad de tu vida ¿decidiste esperar? - “Tuve más de lo que esperaba...” - ¿Cómo que tuviste más? - Sí. Una noche inolvidable, con la felicidad por compañera, con la alegría de mi juventud, con algo jamás vivido ¿qué más esperaba? - Pero abuelo... - No, hijo. No podía forzar mi destino, pero lo hice... Le pedí vernos... - ¡menos mal! - No llegó a la cita... pasaron los minutos, más de una hora... - Lo siento abuelo... - No te adelantes, no te adelantes en darme tus condolencias... llamó por teléfono, se disculpó y explicó la situación que había impedido nuestro encuentro. Lo mejor estaba por llegar... y llegó. La invité a un parque de diversiones... - ¿a un parque de diversiones? - Si, ¿qué te extraña? Unos amigos irían y pensé que era una buena oportunidad de divertirnos todos. - ¿Entre puros hombres iría ella? - Desde luego que no. Varios de ellos tenían novia, además, habían invitado a unas amigas incluso sus hermanas estaban en la lista. No hay en esta memoria, recuerdo más grato de un jornada de diversión como aquella, rematada por un viaje en auto con el paisaje más bello y el ocaso de un día que pintó de maravilloso con un sencillo beso en la mejilla... “Te confieso, hijo, que ese tiempo tuvo un aire mágico, sobrenatural, especial... lo necesitaba. Las dos mejores y más alegres fiesta de bodas que yo recuerde fueron aquel día que la conocí y cuando la invité a la boda de tu tía... la mejor jornada de diversión fue con ella, el mejor evento de paga al que asistí fue con ella... en fin. Si he de ser sincero te diré que esa mujer vino a enriquecer mi vida, ¿cómo puedo pagar tanta fortuna?” Y los recuerdos hicieron presa de este anciano, que guardó silencio a mares. Mi nieto correspondió aquel gesto y respetó mi actitud. Pasados algunos minutos y llenándose de valor me dijo: - ¿Es ella mi abuela? - ¿Tu qué crees? Julio Víctores E.

Cuento: El pequeño pueblo

El pequeño pueblo Julio Víctores E. En un pueblo cuya autoridad había pasado de ser permisiva y ampliamente tolerante, a una rígida ejecución de las reglas, sucedió que la hija del juez cometió una falta. Había sido sorprendida rayando un libro de la biblioteca. El castigo para esa falta era “restringido el uso de la biblioteca para tareas escolares”. Lo cual a todos parecía idóneo pues no se le “prohibía” el uso de la biblioteca ni se le dejaba libre de su fechoría. El juez sabía que la aplicación de la ley traería muchos conflictos con su hija, ya que ésta era asidua lectura de libros, los leía de cuentos, de investigaciones, de la vida marina, de modas, en fin, si había algo que le gustaba a la niña era leer. Tanto era su afán por la lectura que la amplia colección de casa la había leído toda completa, por esa razón había comenzado a asistir a la biblioteca, lugar que desde el primer momento le pareció estupendo, seguro, confiable, el paraíso para una niña que disfruta del silencio y de la lectura. El día de la revisión del caso, salió el juez con preocupación a dictar la sentencia. La hija por supuesto se hallaba desconsolada y sin ánimos de regresar a la escuela, de comer o de sonreír. Ante esa conducta las madres de otros niños pensaban que se había vuelto loca, pero en fin, la ley era la ley y tenía que aplicarse aunque fuera hija del juez. Se abrió la sesión y fueron pasando los casos del día, hasta llegar al de la niña que rayó un libro de propiedad pública. “¿Tienes algo que decir en tu favor?” –preguntó el juez a su hija fingiendo indiferencia- - ¡Claro que tengo! –contestó con un grito- ¡Sé que no hice bien!, sé que no debí haber hecho esa atrocidad, pero de nada me sirve reconocerlo ahora pues ustedes y su estúpida ley me van a prohibir leer lo que yo quiera. - Pero puedes leer lo que te pidan en la escuela... –interrumpió su padre el juez- - ¡Eso no es suficiente para mí! - Debe ser suficiente niña, cerremos el caso y pasemos a otro... –gritó alguien del público presente- - Ustedes no comprenden –dijo la niña- dénme otra oportunidad... - Ese es un tema que ya discutimos años atrás, todos coincidimos que en cuestiones de faltas a la ley... ¡se debe aplicar lo que dicta la ley! En el salón se armó una prolongada discusión, ¿merecía una niña tan recta otra oportunidad?, ¿si fuera otro caso se daría otra oportunidad, o sólo por ser la hija del juez harían una excepción? - ¿Cuántas oportunidades se merece usted señor? –inquirió la niña - Ninguna, a la primera recibiría mi castigo. - ¿Y usted señora? - Yo creo que tres oportunidades están bien... - Pues yo no lo creo –alzó la voz un tendero-, aquí traigo a este niño que van tres veces que me roba algo de mi tienda, cada vez ha recibido un castigo diferente, según lo dicta nuestra ley, pero sigue cayendo en lo mismo, ¿ahora qué me dices niña? Al oír el pronunciamiento del tendero, muchos lo apoyaron, las oportunidades debían desaparecer, la rigidez de la ley debía aplicarse en todos los casos y por cualquier falta, nadie podía tener oportunidades, nadie debía pensar en otra oportunidad. En ese clima de severidad, se encontraban dispuestos a regular la conducta y aumentar los castigos a las faltas que contemplaba su ley. Entonces un hombre subió al estado, golpeó sus manos contra la madera para captar la atención y al momento los que discutían debajo alzaron la mirada y guardaron silencio. - ¿Qué harían si les dijera que Dios piensa juzgarnos como lo hacemos ahora con nuestros semejantes? - ¿A qué te refieres? –preguntó alguien del pueblo- - Me refiero a que Dios nos quiere juzgar ahora, en este momento, y que de encontrar fallas, faltas acciones u omisiones en nuestra conducta podría terminar con nuestra existencia... me ha dado una pregunta, que de responderla acertadamente no habrá necesidad de juicio. Preocupados, por la gravedad del asunto, se miraban unos a otros con temor y sólo la niña se atrevió a decir: - ¿Y cuál es esa pregunta? - La misma que tú hiciste pequeña -contestó el hombre- ¿cuántas oportunidades se merece una persona?, si tenemos la respuesta correcta no habrá juicio. - ¿Cómo vamos a saberlo? –se levantó el juez muy preocupado- ¿acaso son tres, cuatro o ninguna? La confusión hizo presa de todos, algunos lloraban otros trataban de pensar en un número, pero nadie se atrevía a contestar... - ¿Y bien? ¿no hay respuesta a la pregunta? –dijo el hombre- - Sí, -dijo la niña- yo tengo respuesta a esa pregunta... En el salón, se quedaron callados, luego de un momento comenzaron a rechazar que una niña supiera el número exacto de oportunidades que se merece una persona, seguramente condenarían a todos por lo que esa niña pudiera decir, en el alboroto, el juez, llamó al orden y dijo: - Pues si tan seguros están de que por lo que diga mi hija pereceremos, digan ustedes la respuesta... Otro silencio invadió el lugar, uno por uno se fueron sentando, se cruzaron de brazos y hasta agacharon la cabeza. Nadie estaba seguro de tener la respuesta más que la niña a quien estaban dictando sentencia. - Habla pues hija mía y contesta la pregunta al hombre para que se la diga a Dios... - Es sencillo, una persona se merece las oportunidades que ella misma quiera, siempre y cuando se comprometa a aprovechar esa oportunidad al máximo. Todos quedaron atónitos ante las palabras de la niña, algunos cerraron los ojos suponiendo que había errado la respuesta, otros guardaban atención a lo que el hombre diría. - Ciertamente, -habló el hombre- que una persona merece las oportunidades que quiera, ¿de qué sirven mil oportunidades si no se está dispuesto a tomarlas?, quien piensa que no merece ninguna oportunidad está negando la generosidad y misericordia de Dios, y si quiere puede hacerlo, pero no hacer que otros también sientan que están acabados a la primera falta. Si uno de ustedes no quiere aprovechar su oportunidad que no la aproveche, pero yo les digo que si su deseo y compromiso para reparar la falta son grandes Dios les da la oportunidad de seguir adelante, no importa cuantas faltas cometamos por nuestra naturaleza y fragilidad humanas, la oportunidad se nos brinda si la hacemos nuestra y nos comprometemos a aprovecharla al máximo, tal como lo acaba de decir esta pequeña... Muchos de los ahí presentes se volcaron al frente para pedir otra oportunidad, otros luego de haberla obtenido, volvían con sus compañeros y familiares para que ellos también solicitaran su oportunidad, cada persona que salía del salón encontraba un mundo diferente del que había visto antes, era más bello y resplandeciente que el anterior, era más positivo y sobretodo mucho más humano. Y desde ese día supieron que aunque cometieran una falta, siempre podían regresar al salón y pedir otra oportunidad, que después de todo era gratuita.

Cuento: El Guardián de la caja

EL GUARDIÁN DE LA CAJA. Julio Víctores E. Había una vez un guardián cuya función principal era custodiar una caja. El guardián permanecía firme en las horas en que la gente pasaba por el lugar y por las noches su desvelo era una tortura. Jamás permitió que algún ladrón se acercara, limpiaba la caja a diario, la pulía y barnizaba de cuando en cuando para que estuviera siempre brillante y espléndida. Las personas que pasaban por allí elogiaban al guardia y comentaban entre sí: - No hay mejor guardia que este hombre... - ¡Seguro! Su vida entera daría por esa caja. –curiosos se acercaron a preguntar- - ¡Buen día! ¿cómo está usted hoy? - ¿Yo? -contestó el guardián- Me siento muy bien gracias. - ¿Y qué es lo que hay dentro de esta caja? Al oír esa pregunta el guardián palideció... ¡no lo sabía! O al menos lo había olvidado, había pasado tanto tiempo desde que le dejaron allí cuidando la caja que ya no recordaba su contenido. Se disculpó y agachó la cabeza, los dos curiosos se burlaron de él y se marcharon diciendo: ¿cómo es que cuida tanto algo que no sabe lo que es?. Esas palabras hicieron reflexionar al guardián quien una vez solo examinó la caja, el frente, la tapa, el lado derecho y el lado izquierdo; encontró en éste último una pequeña puerta y se quedó mirando para ver que sucedía. Al día siguiente, muy de mañana miró salir a un pequeño, con su uniforme escolar y una mochila, se sorprendió bastante, no se hubiera imaginado que un niño estaba dentro de la caja. - ¿Me acompañas? –dijo el niño- tanto tiempo he marchado solo, me gustaría que fueras conmigo. - ¿Yo? -preguntó el guardián- pero, tengo que cuidar esta caja, limpiarla, pulirla... - ¿Y luego qué harás? - Pues no sé, seguirla cuidando. - ¿Entonces no vas conmigo? Ante la pregunta del pequeño, su mirada inocente y la luz de la mañana, el guardián decidió acompañarlo. Juntos caminaron hasta llegar a la escuela. No había recordado un día semejante desde hacía muchos años, era casi nuevo el sentimiento de llevar a un niño de la mano caminando por la calle que pensaba nunca haberlo hecho. Se sentía útil, se sentía bien. Esperó la hora del recreo, vio salir al niño y a muchos otros niños a jugar y comer su almuerzo, una sonrisa se dibujó en su rostro, le hizo recordar sus años de infancia y lloró de alegría. Así llegó la hora de la salida, tocó la campana y el guardián se percató que muchos adultos llegaban por sus niños a esa hora. El pequeño salió, tomó de la mano al guardián y con una sonrisa en los labios le preguntó ¿nos vamos?. Durante el camino de regreso le platicó todo lo que había hecho en la escuela, lo que aprendió, lo que hizo con sus amigos y la tarea que debía realizar para el día siguiente. - Me vas a ayudar ¿no? - No lo sé, tengo que cuidar la caja... - Pero podemos hacerla juntos Una vez más accedió el guardián, hacía tanto que no veía una tarea que había olvidado cómo se resolvían los problemas de matemáticas, la conjugación de los verbos y la estructura de los enunciados, pero en compañía del pequeño se sintió en confianza para aprender nuevamente. Finalizada su labor, el guardián se prestaba a pararse firmemente como todas las tardes frente a la caja. Miró hacia abajo y el niño estaba junto a él con una pelota. - ¿Qué te hace pensar que voy a jugar contigo? - No sé... ¿pero quieres jugar? - No quiero, bueno... es que no puedo. ¡Tengo que cuidar la caja! - Pero podemos jugar aquí cerca. Un poco fastidiado el guardián se dispuso a jugar, luego llegaron otros niños y pasaron dos horas en las que las risas y el viento de la tarde hicieron olvidar su fastidio. - Ahora sí, ya terminamos de jugar, regresaré a cuidar la caja. - Pero tengo sueño. - Ese no es mi problema, dile a tu mamá que te bañe y te acueste. - Pero quiero que lo hagas tú. - Yo no puedo, tengo que cuidar la caja. - Pero puedes bañarme junto a la caja y dormiré ahí cerca para que la cuides. El guardián sabía que el chico no lo dejaría en paz así que de mala gana preparó el agua, el jabón la ropa y lo baño, mientras lo hacía, bromearon con el chapoteo, soplaron a las burbujas, jugaron con el jabón y la toalla. Cuando hubo terminado, le dijo: - Ya puedes meterte a dormir. - Pero quiero estar contigo. - No puedes, tengo que cuidar la caja. - No te molestaré, suelo dormir muy rápido... ¡ah! y creo que no ronco. Ante las palabras del pequeño, no tuvo opción y lo dejo dormir junto a él. Pronto descubrió la ternura que le despertaba el ver a ese pequeño durmiendo a su lado, levantó la mirada y una señora tomó suavemente al niño, no sabía qué hacer, la miró y ella le dijo: - Gracias por lo que hiciste hoy, yo sabía que eras un buen padre.