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lunes, 11 de marzo de 2019

Cuento: El Guardián de la caja

EL GUARDIÁN DE LA CAJA. Julio Víctores E. Había una vez un guardián cuya función principal era custodiar una caja. El guardián permanecía firme en las horas en que la gente pasaba por el lugar y por las noches su desvelo era una tortura. Jamás permitió que algún ladrón se acercara, limpiaba la caja a diario, la pulía y barnizaba de cuando en cuando para que estuviera siempre brillante y espléndida. Las personas que pasaban por allí elogiaban al guardia y comentaban entre sí: - No hay mejor guardia que este hombre... - ¡Seguro! Su vida entera daría por esa caja. –curiosos se acercaron a preguntar- - ¡Buen día! ¿cómo está usted hoy? - ¿Yo? -contestó el guardián- Me siento muy bien gracias. - ¿Y qué es lo que hay dentro de esta caja? Al oír esa pregunta el guardián palideció... ¡no lo sabía! O al menos lo había olvidado, había pasado tanto tiempo desde que le dejaron allí cuidando la caja que ya no recordaba su contenido. Se disculpó y agachó la cabeza, los dos curiosos se burlaron de él y se marcharon diciendo: ¿cómo es que cuida tanto algo que no sabe lo que es?. Esas palabras hicieron reflexionar al guardián quien una vez solo examinó la caja, el frente, la tapa, el lado derecho y el lado izquierdo; encontró en éste último una pequeña puerta y se quedó mirando para ver que sucedía. Al día siguiente, muy de mañana miró salir a un pequeño, con su uniforme escolar y una mochila, se sorprendió bastante, no se hubiera imaginado que un niño estaba dentro de la caja. - ¿Me acompañas? –dijo el niño- tanto tiempo he marchado solo, me gustaría que fueras conmigo. - ¿Yo? -preguntó el guardián- pero, tengo que cuidar esta caja, limpiarla, pulirla... - ¿Y luego qué harás? - Pues no sé, seguirla cuidando. - ¿Entonces no vas conmigo? Ante la pregunta del pequeño, su mirada inocente y la luz de la mañana, el guardián decidió acompañarlo. Juntos caminaron hasta llegar a la escuela. No había recordado un día semejante desde hacía muchos años, era casi nuevo el sentimiento de llevar a un niño de la mano caminando por la calle que pensaba nunca haberlo hecho. Se sentía útil, se sentía bien. Esperó la hora del recreo, vio salir al niño y a muchos otros niños a jugar y comer su almuerzo, una sonrisa se dibujó en su rostro, le hizo recordar sus años de infancia y lloró de alegría. Así llegó la hora de la salida, tocó la campana y el guardián se percató que muchos adultos llegaban por sus niños a esa hora. El pequeño salió, tomó de la mano al guardián y con una sonrisa en los labios le preguntó ¿nos vamos?. Durante el camino de regreso le platicó todo lo que había hecho en la escuela, lo que aprendió, lo que hizo con sus amigos y la tarea que debía realizar para el día siguiente. - Me vas a ayudar ¿no? - No lo sé, tengo que cuidar la caja... - Pero podemos hacerla juntos Una vez más accedió el guardián, hacía tanto que no veía una tarea que había olvidado cómo se resolvían los problemas de matemáticas, la conjugación de los verbos y la estructura de los enunciados, pero en compañía del pequeño se sintió en confianza para aprender nuevamente. Finalizada su labor, el guardián se prestaba a pararse firmemente como todas las tardes frente a la caja. Miró hacia abajo y el niño estaba junto a él con una pelota. - ¿Qué te hace pensar que voy a jugar contigo? - No sé... ¿pero quieres jugar? - No quiero, bueno... es que no puedo. ¡Tengo que cuidar la caja! - Pero podemos jugar aquí cerca. Un poco fastidiado el guardián se dispuso a jugar, luego llegaron otros niños y pasaron dos horas en las que las risas y el viento de la tarde hicieron olvidar su fastidio. - Ahora sí, ya terminamos de jugar, regresaré a cuidar la caja. - Pero tengo sueño. - Ese no es mi problema, dile a tu mamá que te bañe y te acueste. - Pero quiero que lo hagas tú. - Yo no puedo, tengo que cuidar la caja. - Pero puedes bañarme junto a la caja y dormiré ahí cerca para que la cuides. El guardián sabía que el chico no lo dejaría en paz así que de mala gana preparó el agua, el jabón la ropa y lo baño, mientras lo hacía, bromearon con el chapoteo, soplaron a las burbujas, jugaron con el jabón y la toalla. Cuando hubo terminado, le dijo: - Ya puedes meterte a dormir. - Pero quiero estar contigo. - No puedes, tengo que cuidar la caja. - No te molestaré, suelo dormir muy rápido... ¡ah! y creo que no ronco. Ante las palabras del pequeño, no tuvo opción y lo dejo dormir junto a él. Pronto descubrió la ternura que le despertaba el ver a ese pequeño durmiendo a su lado, levantó la mirada y una señora tomó suavemente al niño, no sabía qué hacer, la miró y ella le dijo: - Gracias por lo que hiciste hoy, yo sabía que eras un buen padre.

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