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lunes, 11 de marzo de 2019

Cuento: El pequeño pueblo

El pequeño pueblo Julio Víctores E. En un pueblo cuya autoridad había pasado de ser permisiva y ampliamente tolerante, a una rígida ejecución de las reglas, sucedió que la hija del juez cometió una falta. Había sido sorprendida rayando un libro de la biblioteca. El castigo para esa falta era “restringido el uso de la biblioteca para tareas escolares”. Lo cual a todos parecía idóneo pues no se le “prohibía” el uso de la biblioteca ni se le dejaba libre de su fechoría. El juez sabía que la aplicación de la ley traería muchos conflictos con su hija, ya que ésta era asidua lectura de libros, los leía de cuentos, de investigaciones, de la vida marina, de modas, en fin, si había algo que le gustaba a la niña era leer. Tanto era su afán por la lectura que la amplia colección de casa la había leído toda completa, por esa razón había comenzado a asistir a la biblioteca, lugar que desde el primer momento le pareció estupendo, seguro, confiable, el paraíso para una niña que disfruta del silencio y de la lectura. El día de la revisión del caso, salió el juez con preocupación a dictar la sentencia. La hija por supuesto se hallaba desconsolada y sin ánimos de regresar a la escuela, de comer o de sonreír. Ante esa conducta las madres de otros niños pensaban que se había vuelto loca, pero en fin, la ley era la ley y tenía que aplicarse aunque fuera hija del juez. Se abrió la sesión y fueron pasando los casos del día, hasta llegar al de la niña que rayó un libro de propiedad pública. “¿Tienes algo que decir en tu favor?” –preguntó el juez a su hija fingiendo indiferencia- - ¡Claro que tengo! –contestó con un grito- ¡Sé que no hice bien!, sé que no debí haber hecho esa atrocidad, pero de nada me sirve reconocerlo ahora pues ustedes y su estúpida ley me van a prohibir leer lo que yo quiera. - Pero puedes leer lo que te pidan en la escuela... –interrumpió su padre el juez- - ¡Eso no es suficiente para mí! - Debe ser suficiente niña, cerremos el caso y pasemos a otro... –gritó alguien del público presente- - Ustedes no comprenden –dijo la niña- dénme otra oportunidad... - Ese es un tema que ya discutimos años atrás, todos coincidimos que en cuestiones de faltas a la ley... ¡se debe aplicar lo que dicta la ley! En el salón se armó una prolongada discusión, ¿merecía una niña tan recta otra oportunidad?, ¿si fuera otro caso se daría otra oportunidad, o sólo por ser la hija del juez harían una excepción? - ¿Cuántas oportunidades se merece usted señor? –inquirió la niña - Ninguna, a la primera recibiría mi castigo. - ¿Y usted señora? - Yo creo que tres oportunidades están bien... - Pues yo no lo creo –alzó la voz un tendero-, aquí traigo a este niño que van tres veces que me roba algo de mi tienda, cada vez ha recibido un castigo diferente, según lo dicta nuestra ley, pero sigue cayendo en lo mismo, ¿ahora qué me dices niña? Al oír el pronunciamiento del tendero, muchos lo apoyaron, las oportunidades debían desaparecer, la rigidez de la ley debía aplicarse en todos los casos y por cualquier falta, nadie podía tener oportunidades, nadie debía pensar en otra oportunidad. En ese clima de severidad, se encontraban dispuestos a regular la conducta y aumentar los castigos a las faltas que contemplaba su ley. Entonces un hombre subió al estado, golpeó sus manos contra la madera para captar la atención y al momento los que discutían debajo alzaron la mirada y guardaron silencio. - ¿Qué harían si les dijera que Dios piensa juzgarnos como lo hacemos ahora con nuestros semejantes? - ¿A qué te refieres? –preguntó alguien del pueblo- - Me refiero a que Dios nos quiere juzgar ahora, en este momento, y que de encontrar fallas, faltas acciones u omisiones en nuestra conducta podría terminar con nuestra existencia... me ha dado una pregunta, que de responderla acertadamente no habrá necesidad de juicio. Preocupados, por la gravedad del asunto, se miraban unos a otros con temor y sólo la niña se atrevió a decir: - ¿Y cuál es esa pregunta? - La misma que tú hiciste pequeña -contestó el hombre- ¿cuántas oportunidades se merece una persona?, si tenemos la respuesta correcta no habrá juicio. - ¿Cómo vamos a saberlo? –se levantó el juez muy preocupado- ¿acaso son tres, cuatro o ninguna? La confusión hizo presa de todos, algunos lloraban otros trataban de pensar en un número, pero nadie se atrevía a contestar... - ¿Y bien? ¿no hay respuesta a la pregunta? –dijo el hombre- - Sí, -dijo la niña- yo tengo respuesta a esa pregunta... En el salón, se quedaron callados, luego de un momento comenzaron a rechazar que una niña supiera el número exacto de oportunidades que se merece una persona, seguramente condenarían a todos por lo que esa niña pudiera decir, en el alboroto, el juez, llamó al orden y dijo: - Pues si tan seguros están de que por lo que diga mi hija pereceremos, digan ustedes la respuesta... Otro silencio invadió el lugar, uno por uno se fueron sentando, se cruzaron de brazos y hasta agacharon la cabeza. Nadie estaba seguro de tener la respuesta más que la niña a quien estaban dictando sentencia. - Habla pues hija mía y contesta la pregunta al hombre para que se la diga a Dios... - Es sencillo, una persona se merece las oportunidades que ella misma quiera, siempre y cuando se comprometa a aprovechar esa oportunidad al máximo. Todos quedaron atónitos ante las palabras de la niña, algunos cerraron los ojos suponiendo que había errado la respuesta, otros guardaban atención a lo que el hombre diría. - Ciertamente, -habló el hombre- que una persona merece las oportunidades que quiera, ¿de qué sirven mil oportunidades si no se está dispuesto a tomarlas?, quien piensa que no merece ninguna oportunidad está negando la generosidad y misericordia de Dios, y si quiere puede hacerlo, pero no hacer que otros también sientan que están acabados a la primera falta. Si uno de ustedes no quiere aprovechar su oportunidad que no la aproveche, pero yo les digo que si su deseo y compromiso para reparar la falta son grandes Dios les da la oportunidad de seguir adelante, no importa cuantas faltas cometamos por nuestra naturaleza y fragilidad humanas, la oportunidad se nos brinda si la hacemos nuestra y nos comprometemos a aprovecharla al máximo, tal como lo acaba de decir esta pequeña... Muchos de los ahí presentes se volcaron al frente para pedir otra oportunidad, otros luego de haberla obtenido, volvían con sus compañeros y familiares para que ellos también solicitaran su oportunidad, cada persona que salía del salón encontraba un mundo diferente del que había visto antes, era más bello y resplandeciente que el anterior, era más positivo y sobretodo mucho más humano. Y desde ese día supieron que aunque cometieran una falta, siempre podían regresar al salón y pedir otra oportunidad, que después de todo era gratuita.

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