Buscar este blog

lunes, 11 de marzo de 2019

Los ángeles

Los ángeles No te lo había contado... ¿acaso alguien más lo hizo antes?, seguramente. Pero cuando somos pequeños lo creemos todo y a la fecha es probable que se nos haya olvidado. Un día de tantos, me sentí desesperado... es raro, –pensaba yo- nunca antes me había sentido así. Traté de recordar alguna ocasión pasada en la que hubiera acumulado melancolía, tristeza, desesperación, frustración, enojo, desamor, enemigos, desesperanza... y encontré varias. No obstante puedo asegurar, que estaban presentes una o dos de estas emociones o sensaciones cada vez, ninguna con todas al mismo tiempo. Ésta era diferente. Mis ojos no veían ya nada sin el tono gris y mis oídos sólo captaban la violencia de la calle, de los noticieros, incluso, para variar, las famosas voces que vienen de uno mismo, ya sabes, cuando eres tú quien se reprocha tal o cual cosa. En fin, sin ojos que vieran lo maravilloso de la vida y sin oídos que escucharan a aquellos que me quieren, caminaba sin sentido y casi de manera automática, solamente percibiendo a través de la piel un deseo inmenso de dormir, de no saber nada de las cosas, de no estar, de no existir, ¡vaya! de morir. Las ideas no fluían y el sonreír dejaba de tener significado. Fue entonces cuando te vi, me encontraste. Yo no hice el menor intento, pues sumergido en el mar de ideas la atención dista mucho de ser la óptima, es más, creo que se inhibe y sólo tenemos la suficiente como para no toparnos con la pared de frente, porque sí podemos chocar con un poste, o subirnos a un autobús que no es el nuestro, olvidar las cosas en casa o peor aún: perderlas en otro sitio... Me encontraste, supuse que era obra de la casualidad. De hecho, las primeras ideas que tuve del encuentro es que la coincidencia me jugaría de nuevo malas pasadas... y lo hizo. Siempre he sido muy hablador –burlón y grosero a veces- sin embargo, había cosas que a nadie había contado, actitudes y caras que me reservaba para cuando estaba a solas, o cuando salía al campo a correr o a caminar, si se pudiera poner en palabras diría: mi lado oscuro. En la escuela –que hace años terminé- todos veían en mí a “alguien” con tales o cuales virtudes y defectos, en mi barrio, también me conocían con virtudes y defectos, en la iglesia, en el pueblo, en las actividades deportivas y en otros menesteres, siempre “alguien” con cualidades y defectos. Casi el mismo en todos lados, eso es lo que siempre había intentado y creo que lo conseguí de alguna forma. Pero ni siquiera en casa habían visto al furioso contra la vida, de ninguna manera al deprimido, nunca al triste, jamás al indeciso, no al melancólico, mucho menos al cobarde. Eso no lo han visto mis amigos, eso no lo verán mis vecinos... sólo tu lo viste, solo tu lo escuchaste, sólo tu... Definitivamente hablar contigo es distinto. Hoy que recuerdo quiero pensar que no era yo quien hablaba, pero sé que sí era yo y que sigo siendo yo. Aquel que había intentado mostrar en casa y fuera de ella a la “persona” que toda “persona” debe ser. El hijo de quien sus padres se sienten orgullosos, el hermano que escucha, el amigo que acompaña, el estudiante modelo, el deportista triunfador, el bromista sonriente... Hablé, hablé y hablé, como no lo hice jamás, las palabras sólo salían de mi boca, las sonrisas regresaban al rostro y aunque el semblante aún descompuesto opacaba la luz, ésta comenzaba a surgir desde dentro. Tus palabras sanaban como el bálsamo más preciado a mi razón, devolvían el haz de luz tus ojos a los míos y tu sonrisa me provocaba una carcajada que venía del alma. Sabía que alrededor nuestro había muchas otras personas, pero me hiciste sentir que te importaba (no estoy seguro de esto, pero en situaciones de ese tipo vale mucho la pena creer), supongo que por ello no me fue difícil aceptar mi debilidad, mi tristeza, aquella incertidumbre de por primera vez en la vida sentir que el mundo se venía abajo, o para ser precisos, de que yo me dirigía hacia abajo. Fue una mirada nada más, cuando miré hacia el otro lado ya no caía, no sentía el mismo dolor, ni el mismo sufrimiento... ¡algo estaba sucediendo! me sorprendí del cambio y giré la cabeza bruscamente para descubrir quién estaba a mi lado, fue entonces que encontré la respuesta: eras un ángel... Inmóvil por el descubrimiento, hurgué en ti buscando alas, apenas logré moverme para mirar tu vestimenta y me tallé los ojos para ver los rizos dorados, pero no había nada de aquello, ni pies descalzos, ni túnica blanca, ni un par de alas... pero eres un ángel. Hoy me siento apenado de tantas cosas que hablé, pero hay un sentimiento mayor que puede dominar y es el del agradecimiento. Sólo quiero mirarte otra vez y decirte de la manera más sincera que sea posible: ¡Gracias!.. EPÍLOGO ¿A cuantos ángeles has encontrado tú? Sin alas, sin túnica y sin ojos azules... ¿Dónde pues están?, ¿los has podido reconocer? Si has visto alguno ¡Búscalo! Tráelo de regreso a tu vida y dale las gracias por cuidar de ti en el momento en que lo necesitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario